EN AGOSTO DE 1947, FEDERICO y su familia viajaron a América luego del término de la guerra y con el inicio de la reconstrucción de Europa. Quince años tuvo que esperar para que el reencuentro familiar se concretara. Por fin lograría conocer a su padre, una esperanza que había alimentado desde su nacimiento.
Llegaron al puerto de Buenos Aires. “Mi papá nos estaba esperando y yo no podía creer la emoción que me invadía. Nos abrazamos durante largo tiempo, ninguno de nosotros quería despegarse del otro”, recuerda Federico.
Ya todos los pasajeros del barco se habían ido, pero la familia Contessi permanecía en el lugar hablando y recordando anécdotas. “Hasta que se produjo una rara situación: a unos metros de distancia, el único espectador de ese momento se arrimó y le ofreció a mi padre adoptar a uno de sus hijos. Mi papá casi lo mata. ‘¡¿A usted le parece que se los voy a dar? Hace 15 años que no los veo!’, le dijo.”
Horas más tarde fueron a la terminal de ómnibus para viajar a Mar del Plata, ciudad en la que Domingo trabajaba como pescador. “Tanto, tanto anhelé conocer a mi padre cuando no lo tuve, que me hice la promesa de jamás enfrentarlo, jamás discutirle nada”.
Pero aquella promesa flaqueó cuando su papá lo quiso llevar a pescar con él, algo que sus hermanos habían logrado evitar. “Por primera vez en mi vida me sentí inútil, me descomponía, no soportaba estar embarcado”, recuerda.
Era tierra firme lo que necesitaba para trabajar como él sabía. El alivio llegó cuando Domingo probó llevarlo a un taller naval de su amigo Laureno Bermúdez: “Te dejo al pibe”, le avisó.
EL ÚNICO TRABAJO QUE LE ENCOMENDÓ a Federico, de entonces 16 años, era el de barrer el taller. Él quería trabajar en algo más útil, con herramientas, pero no había caso. “Me sentía un inservible y pretendía hacer más pero no sabía cómo decirlo.
Terminaba rápido y pedía más tareas, pero cómo yo no sabía ni una palabra en español, nadie me entendía nada”, comenta.
Con los años de trabajo, Federico se ganó el respeto y cariño de Bermúdez e incluso a esta altura ya hacía tareas más calificadas. Pero el dueño del taller lo iba a poner a prueba: no le pagó el sueldo durante seis meses. Bermúdez quería que Federico se independizara y utilizó el sueldo de su empleado para presionarlo.
Finalmente, Federico tomó la difícil decisión de abrirse camino solo. Con 20 años e invirtiendo todos sus ahorros, el joven empezó con algunas reparaciones navales en su pequeña constructora Astillero “La Juventud”.
Este astillero estaba alejado del mar, lo que dificultaba el traslado de las embarcaciones hasta el mar. Pero tiempo más tarde, Contessi consiguió un nuevo predio en la costa.
Para aquella época, la empresa de Federico crecía sin parar y había construido 19 barcos.
LA PROSPERIDAD PARECÍA ASOMARSE a la vida de Federico: construía y arreglaba cada vez más barcos pero en 1974 debió soportar una nueva dura prueba.
Un incendo terrible destruyó por completo las instalaciones del astillero y esfumó así su sueño. En un par de horas, el fuego devoró veinte años de esfuerzo. “No quedó nada de lo que habíamos construido durante toda una vida —se lamenta—. Me metí varias veces en el astillero para tratar de salvar las herramientas pero no pude, todo se incendió muy rápido y me quedé sin nada. Fue tal mi desesperación que algunos pensaron que yo me quería suicidar adentro del taller”.
Sin embargo, lo ocurrido no derrotó completamente el ánimo de Contessi, sino todo lo contrario. “Ni tiempo le di a los peritos de Prefectura para que encontraran las causas del incendio. En seguida me puse a hacer, para mí esta tragedia representó un nuevo desafío y así lo tomé, no había tiempo que perder”.
Al día siguiente de la tragedia, un domingo a las cinco de la mañana, Federico ya había armado una nueva casilla para refugiarse mientras reconstruía el astillero. “Encima en aquel tiempo, el país estaba mal económicamente y eso complicó mucho más pero pensé: si Dios me sacó el astillero, debe querer ver hasta dónde puedo llegar”.
El ímpetu y la tenacidad de Federico le permitieron reconstruir todo en tiempo récord: en solo tres años el astillero volvió a botar un barco propio. El nuevo taller era más moderno y permitía trabajar en hasta cinco buques pesqueros a la vez.
A LOS 80 AÑOS, FEDERICO CONTESSI sigue levantándose a las cinco de la mañana, asegura que le gusta estar en el taller, con su mameluco puesto, antes que sus empleados.
Hoy Federico ocupa un lugar privilegiado en el puerto de Mar del Plata donde construyó más de 114 buques pesqueros de toda clase. |